Comentario
Hay que partir de una primera consideración: Roma se sirvió de la ciudad como instrumento para organizar los territorios y como medio de control y, a la vez, de integración de las poblaciones de Italia y de las provincias.
Pero no todo el territorio del Imperio estaba subdivido entre las diversas ciudades. Los distritos mineros fueron siempre propiedad del Estado, ajenos al territorio de las ciudades. El Estado se reservó la explotación directa de las minas de oro y de algunas minas de plata mientras alquiló a particulares o a sociedades la explotación del resto. Aquellas sometidas a la explotación directa eran encomendadas a administradores imperiales, procuratores metallorum, que organizaban y dirigían la explotación ayudados por libertos y esclavos imperiales. Algunos trabajos de infraestructura eran encomendados a los soldados, mientras los trabajos duros de explotación recaían sobre esclavos o asalariados.
Otra parte del territorio ajeno al control de las ciudades eran los grandes dominios de explotación agropecuaria. Los emperadores como particulares o el propio Fisco fueron los propietarios de los mismos. Se encontraban diseminados por Italia y por todas las provincias del Imperio. Tenemos bien constatados los dominios imperiales del sur de Italia, destinados en gran parte a explotación ganadera, que era atendida por esclavos. Hay también noticias abundantes sobre los dominios imperiales de la provincia de Africa; llegaron a poder del Fisco gracias a las confiscaciones realizadas por Nerón a miembros de familias senatoriales. Y Asia Menor contaba con una larga tradición de grandes propietarios desde antes incluso de Alejandro Magno; los emperadores no hicieron más que continuar con ella. Salvo en las áreas costeras del Egeo y parcialmente en las del sur de Anatolia, el interior contaba con muy pocas ciudades; la vida económica se organizaba en torno a núcleos urbanos rurales que nos aparecen en los documentos mencionados como kome -aldea-, pyrgion -aldea fortificada-, komopolis -aldea ciudad- y otros. Pero también algunas familias senatoriales contaban con extensos latifundios. Así, Plinio el Joven, escritor y amigo de Trajano, poseía varios de 1500 a 2000 hectáreas; conocemos con mucho detalle uno de ellos, que amplió en los territorios del alto Tíber.
Y tampoco quedaban bajo la autoridad de las ciudades otros territorios, igualmente monopolios del Estado, como las salinas o determinadas explotaciones de interés vital para la economía pública. Nos consta, por ejemplo, que, además de las salinas, el campo espartario situado cerca de Cartagena era propiedad del Estado. Y, aunque sólo sirva de alusión para recordar, todo el territorio de Egipto siguió siendo propiedad imperial.
Un segundo bloque de problemas de carácter introductorio afecta a las consideraciones sobre la extensión del régimen urbano en el imperio. En términos generales, Roma integra a las poblaciones en el régimen de ciudades, pero, en algunos casos como en la Galia Lugdunense con su capital en el actual Lyon, o en Asia Menor, se respetaron formas de integración cantonales en las que tenía mucha fuerza el régimen de aldeas con población muy dispersa (vici, pagi). En aquellas provincias, como en Hispania, donde se implantó el modelo administrativo de la ciudad, las condiciones urbanísticas y demográficas de cada una de ellas fueron muy variadas: así en el Noroeste, los centros urbanos que eran cabeceras de administración local, ciudades, fueron simples castros/aldeas prerromanas e incluso centros de mercado (Forum Gigurrorurn, en el valle de Valdeorras, Orense); en el Este, Sur y en amplias zonas del territorio del interior, la cabecera administrativa coincidía con un núcleo urbano sobresaliente.
Cada ciudad contaba con un territorio dentro del cual había otros núcleos urbanos menores, aldeas, que dependían administrativamente del núcleo central o ciudad. La extensión de esos territorios era muy variada; los más próximos eran trabajados por la población de la propia ciudad. Este dato es significativo para no introducir concepciones anacrónicas, como la de hablar en términos absolutos de la oposición campo-ciudad, pues muchas ciudades no eran más que grandes zonas de explotación agropecuaria con un pequeño mercado local y sin un sector significativo de artesanado, comercio y otros servicios. Salvo Roma, que se acercaba a una población de 1.000.000 de habitantes y otras pocas grandes ciudades, como Alejandría con 500.000, Cartago con cerca de 50O.OOO y Antioquía con unos 300.000, una ciudad de 15.000 habitantes era ya considerada grande. Lo mas común eran las ciudades de 2.000-8.000 habitantes.